Con el beso saludamos al altar. Pero el altar simboliza a Cristo. Más aún: Cristo mismo es nuestro verdadero altar. El beso del altar es un saludo a Cristo. El beso expresa un amor reverente.
No es posible realizar el beso del altar y el saludo a Cristo sin acordarnos de otro beso que nos cuentan los evangelistas como un grito de espanto: el beso del traidor Judas. Cuando le reprocha: …con un beso entregas al Hijo del Hombre. (Mt. 26, 4848). Estas palabars son de un dramatismo sin igual. Su recuerdo deberá hacer de nuestro beso del altar, al comienzo de la Santa Misa, un beso del más íntimo amor y reverencia. Y ha de hacer despertar en nosotros la ardiente protesta…¡Jamás como Judas!!
También podemos evocar otro beso: el de la pecadora arrepentida que besó y ungió los pies del Señor durante la comida en casa del fariseo (Lc. 7, 37-50). Justamente acabado de rezar el confiteor, con este beso al altar nos arrodillamos junto a la pecadora para adorar como pecadores los pies del Señor. No pueda en modo alguno alcanzarnos a nosotros el reproche del Señor al fariseo…¡¡no me diste el beso!! (Lc. 7, 45). Pero cuántas veces en este beso tan rápido, tan falto de reverencia y atención, tan frío, pudiera con razón echarnos en cara el Señor que no le hemos dado el beso.
El beso del altar se repite muchas veces a lo largo del Sacrificio de la Misa. En cada uno de ellos habrá un significado relacionado con lo que vamos a hacer inmediatamente después. Pero siempre se repetirá antes de que el sacerdote, vuelto a los fieles, les invite a orar todos juntos con el Dominus Vobiscum y el Oremus.
Al saludar con el beso el altar al comienzo de la Misa, se reza esta oración:
Rogámoste Señor, por los padecimientos de tus santos, cuyas reliquias aquí reposan, y de todos los santos, que te dignes perdonarme todos mis pecados.
De este modo, el saludo al altar se convierte en el saludo a los santos. No se concibe la Iglesia sin la comunión entre sus miembros militantes y triunfantes. Esta proximidad de la Iglesia triunfante no sólo está simbolizada, sino también realizada por las reliquias de los santos, presentes en el altar. De este modo se representa la identidad espiritual de nuestro altar terreno con el altar de la eternidad, ante el cual están los santos en el cielo.
Por esta asociación de ideas, el beso reverente con que saludamos al altar y a Cristo se convierte también en ósculo de paz a los santos. Llenos de santo orgullo, confesamos que pertenecemos a su comunión. Las reliquias que hay en el altar, son reliquias de mártires. Los que dieron testimonio del Señor con su sangre entendieron bien lo que el Sacrificio del Señor en la Santa Misa representa para el cristiano.