La cremación litúrgica de perfumes escogidos es un rito lleno de solemnidad, que revela un alto grado de celebración del culto divino. Además, es un símbolo de los misterios de la fe y de las virtudes cristianas. La Iglesia penetra con mucha exactitud las propiedades naturales de las cosas sensibles, para sacar de ellas aplicaciones místicas. Es el caso del incienso. Su simbolismo reposa en el hecho de que los granos de incienso son quemados, destruidos por el fuego, elevándose hacia el cielo como una nube olorosa que extiende un perfume agradable en la estancia. Ese simbolismo se pierde si el incienso no es quemado, si se deposita sobre carbones extinguidos y si no se desprende el humo. El incienso que el fuego debe consumir para convertirlo en suave olor, parece creado expresamente para ser el emblema del sacrificio interior del alma y de la oración que complace a Dios. El incienso deja como escapar el espíritu que le anima, hasta que se reduce a nubes olorosas que suben al cielo. Es figura de la vida del hombre, vida de sacrificio, que consume sus fuerzas en el fuego de la caridad, al servicio de Dios y para Su gloria.
Este vapor que aparece sobre los carbones abrasados, es también la imagen de la oración. Esta es en efecto una elevación del espíritu hacia el cielo, el giro del corazón hacia los bienes invisibles y eternos. Arrojado sobre los carbones ardientes, los granos de incienso envían hacia las alturas un agradable olor. Si nuestro corazón es semejante a un carbón abrasado, quemando el fuego del amor de Dios y de una piedad ferviente, nuestra oración se arranca de la tierra y sube hacia Dios como un perfume delicioso y es acogida con benevolencia y amor. Tal como dice el Salmo: Señor, que mi oración se eleve ante Ti como el incienso en tu presencia (Ps. 90, 2). Actos de adoración, de alabanza, de acción de gracias, oraciones, sentimientos piadosos, suspiros hacia el cielo, efusiones del corazón: todo esto forma un humo oloroso, que se eleva hacia el cielo y penetra hasta el trono de Dios.
Este significado primero del incienso nos lleva naturalmente y sin esfuerzo a otro simbolismo. El humo del incienso, símbolo de la oración y del sacrificio, o más bien la oración y el sacrificio que son agradables a Dios, tocan su misericordia y atraen sobre la tierra sus gracias. Así la gracia es también figurada por el incienso (bonus odor gratiae). Si el humo del incienso que se eleva representa el sacrificio y la oración que llegan hasta el cielo, las nubes de humo que se extienden son la imagen de los frutos de la oración, es decir, del buen olor de la gracia que desciende del cielo o se escapa del tabernáculo y del altar, en donde reside Jesucristo. La oración sube y la misericordia desciende. Por eso, la oración que acompaña a la incensación de la oblata dice: Que este incienso, bendecido por ti, ascienda hasta Ti, Señor; y descienda sobre nosotros tu misericordia.
Los vapores olorosos del incienso son también para el sacerdote y para el pueblo un aviso del devenir, por su espíritu de sacrificio y de oración, por la abundancia de las gracias y las virtudes, el buen olor de Cristo del que habla San Pablo en su segunda carta a los Corintios 2, 15 y que reúne el cielo con la tierra.
Está en la naturaleza de las cosas ver en la cremación del incienso sobre todo un acto de adoración, en particular un acto de sacrificio, el acto por excelencia y la expresión más perfecta de adoración. Hay que observar sin embargo, que en la intención de la Iglesia, el incienso no es solamente empleado como signo de adoración, sino también como signo de la veneración debida a todo lo que es santo. Es por esto que, además del Santísimo Sacramento, se inciensan las reliquias y las imágenes de los Santos, el libro de los Evangelios, al sacerdote que celebra, al clero y al pueblo.
En la misa solemne se bendice el incienso antes de servirlo. Este incienso bendecido se convierte en un sacramental, por lo que no solamente tiene ya una significación más alta y más misteriosa, sino que además opera a su manera, efectos sobrenaturales. El primero de estos efectos es presentarnos más perfectamente el incienso como un símbolo religioso. La bendición de la Iglesia le añade más claridad a su significación: lo mismo que los ramos de olivo, adquiere toda su fuerza simbólica por esta bendición.
Además, el incienso como sacramental, viene a ser el órgano y el distribuidor de la bendición y de la asistencia divina. El signo de la Cruz y la oración de la Iglesia le comunican una energía particular para cazar al demonio o mantenerle alejado de nuestra alma, para protegernos contra su malicia y sus mentiras. Tenemos necesidad de esta protección, especialmente en el altar de Dios y durante la celebración de los santos misterios. Elevado a la dignidad de sacramental, el incienso tiene otro efecto añadido: sirve para la consagración y la santificación de las personas y las cosas. Con este humo se extiende también la bendición solicitada por la Iglesia. Este humo sitúa todo lo que se ha incensado, en una atmósfera de santificación.
Así pues, el simbolismo y la eficacia del incienso considerado en general, nos permite fácilmente reconocer el fin y el significado de cada incensación en particular.