La primera oración del Canon antes de la consagración.-
I.
Esta oración, se compone de tres partes que forman un todo, una sola oración con una única conclusión final. Te igitur, Memento Domine, Communicantes… Per eundem Christum Dominum nostrum.
El comienzo de esta oración está precedido y acompañado de ceremonias destinadas a reforzar el sentido de las palabras. Antes de comenzar, para expresar el impulso de su alma hacia Dios, para mostrar que se dirige hacia el Padre celestial y que implora su asistencia, el sacerdote eleva los ojos y las manos. Los baja enseguida, se inclina profundamente y pone sobre el altar sus manos juntas: en ese momento comienza el canon.
Ninguna otra postura podría ser más conveniente, ya que es el momento en que presenta sus humildes y respetuosas súplicas a Dios, que es elevado sobre todos los pueblos y que mira con bondad las cosas del cielo y de la tierra, según reza el Salmo 92. Antes de las palabras uti acepta habeas et benedicas, besa el altar y pronunciando haec dona, haec munera, haec sancta sacrificia illibata, hace con la mano tres signos de la cruz sobre el pan y el vino. Como en la bendición al final de la misa, el beso del altar y los signos de la cruz tienen una íntima relación; forman un todo litúrgico, en que las palabras que le acompañan proporcionan el simbolismo. El sacerdote implora con gran fervor la bendición de los elementos eucarísticos y, al ser designados por tres nombres diferentes, hace tres veces el signo de la cruz, para que los actos correspondan con las palabras. Según el texto, es necesario ver este acto litúrgico como una bendición. Se puede además, y sin hacer violencia a los términos de esta oración, referir el signo de la cruz al sacrificio del Calvario, que la consagración va a realizar de nuevo sobre el altar por la inmolación de la misma víctima. Ahora bien, puesto que esta triple ceremonia es una verdadera bendición de los dones que se ofrecen, el beso del altar que le precede es como su preparación. ¿En qué sentido? Seguramente con este beso, el sacerdote muestra a Dios su respeto y sumisión; pero quiere especialmente representar y renovar así de una manera simbólica su unión con Jesucristo por el amor. Es Jesucristo, en efecto, quien muestra todo su poder de bendecir, puesto en ejercicio por los tres signos de la cruz sobre el pan y el vino.
El sacerdote dice: Te igitur clementissime Pater. La partícula igitur (así pues), une lo que sigue a lo que precede y muestra la estrecha unión del prefacio y del canon. Es como si dijera: “Después de haberos ofrecido, oh Padre misericordioso, nuestros homenajes y nuestras acciones de gracias, venimos ahora con nuestras oraciones”. A ejemplo del Salvador, y según su precepto, la Iglesia dirige su oración a Dios Padre y se la presenta de la manera más propia para ser aceptada. Invoca a Dios como un Padre misericordioso por Jesucristo, con humildad e insistencia.
Se llama a Dios Padre misericordiosísimo, porque está siempre dispuesto, en razón de su caridad y de su bondad infinita, a no juzgarnos ni castigarnos según el rigor de su ley, sino a tener piedad de nosotros, a perdonarnos y reducir en todo o en parte los castigos que hemos merecido. “En las obras y en los juicios de Dios, -dice San León-, todo esté lleno de una justicia verdadera y de una misericordiosa clemencia”. Vamos pues, con plena confianza hacia Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo (2 Cor. 1, 3), cuya misericordia en el perdón de los pecados no conoce límites: es dulce y compasivo, lleno de piedad hacia los que le invocan, como dice el Salmo 85 y escucha siempre la voz de nuestras súplicas. Y nosotros lo hacemos tanto mejor, cuanto que dirigimos nuestras oraciones por medio de Su Hijo. Por la Encarnación de este Hijo Unigénito, Dios se ha revelado al mundo como el Padre de Jesucristo. En Él tuvo piedad de nosotros y nos ha dado el espíritu de hijos, en el que le llamamos Padre y le invocamos como tal en nuestras oraciones.
(Girh, Le sacrifice de la Messe, pp. 247 ss.)
Hasta cuándo va a permitir el señor obispo las misas tridentinas que van contra el espíritu del Concilio Vaticano II
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