La Consagración-03

1. El Prefacio (sigue)

Señor, Santo, Padre Todopoderoso y Eterno. Estas palabras se refieren a la primera Persona de la Trinidad y expresan Su Majestad; nos impulsan asimismo a las acciones de gracias que le debemos. Pero, ¿cómo podríamos nosotros, pobres y miserables creaturas dar gracias al Dios Todopoderoso y Eterno? Y la Iglesia responde: Por Cristo nuestro Señor. Él es el mediador y por Él descienden todos los dones del Padre de las luces sobre nosotros, y por Él asciende hasta el cielo nuestro reconocimiento y de modo especial en la Misa. Depositamos todas nuestras acciones de gracias en el cáliz y estamos de esta forma en situación de ofrecer a Dios el más digno reconocimiento, porque es infinitamente perfecto.

Sentado a la derecha de Dios, el Salvador, en cuanto hombre, es también el jefe de todos los Coros angélicos; forman una parte del reino eterno de Dios, en el que Jesucristo es el Rey. Después de su resurrección fue elevado sobre toda criatura y elevado sobre todo nombre, no sólo de este siglo, sino también del mundo futuro. Sobre todos los Principados, las Potestades, las Virtudes y las Dominaciones (Eph. 1, 20-23). Los Ángeles, las Virtudes y las Potestades, le han quedado sometidas (1 Pet. 3, 22).

Según la doctrina general, fundada en la Escritura y la Tradición, los ángeles se diferencian en nueve coros. Respecto a su naturaleza particular y a los servicios diversos propios a cada jerarquía, la revelación no nos proporciona datos precisos; en este punto tenemos que reducirnos a meras conjeturas. Está reservado a los bienaventurados en el cielo penetrar los maravillosos secretos del mundo angélico. Pero, ya aquí abajo, ¡cómo aparece este misterio a los ojos de la fe como algo magnífico! Los ángeles rodean el Trono del Altísimo y se calientan al fuego de la gloria eterna, contemplando los abismos de la esencia divina. La luz, el amor, la bienaventuranza los inunda; los himnos de adoración y de reconocimiento suben sin cesar entre ellos hasta el rostro de Dios. El Prefacio levanta algo de este velo y nos permite echar una mirada furtiva sobre este reino de eterna alegría. Y la majestad de Dios la alaban los ángeles precisamente por Jesucristo. Bajo la denominación de ángeles, se nos quiere dar entender aquí a todos los espíritus celestes; pero solamente los que pertenecen al rango menos elevado, pues varios coros son designados aquí por su nombre. Las Dominaciones parecen anonadarse en sus adoraciones ante la majestad del Creador como no puede hacerlo ningún mortal: adorant Dominationes. Las Potestades, esos espíritus ante los que nadie puede resistir tiemblan respetuosamente y se humillan ante Dios: tremunt Potestates. Sirven al Señor con temor y le alaban con temblor; pero este pavor está lleno de alegría y felicidad. 

Los cielos, las Virtudes de los cielos y los bienaventurados Serafines se unen también para cantar la majestad de Dios. No son nombradas aquí todas las jerarquías celestes, pero están comprendidas en la palabra cielo que no designa el firmamento visible, sino de un modo general a los habitantes, los príncipes del cielo invisible. Dos coros son sin embargo llamados por su nombre: Las Virtudes y los Serafines: Virtutes quoquae ac Seraphim Así, las jerarquías angélicas están eternamente ocupadas en la contemplación, el amor y la alabanza de Dios; jamás dejan de alabarlo y bendecirlo. A la hora santa del sacrificio, elevemos desde las profundidades de la tierra nuestras voces, llenos del sentimiento de nuestra indignidad y pidamos a Dios que permita unir nuestras débiles voces a las suyas, proclamando la gloria de la Augusta Trinidad y de nuestro Salvador diciendo el Sanctus, con una profunda humildad: suplici confessione dicentes….

(Girh, Le sacrifice de la Messe, pp. 218 ss.)

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