Después del introito, el sacerdote va al centro del altar y recita el Kyrie eleison: Señor, ten piedad. Repite nueve veces esta petición de misericordia, alternando con el ministro. Es un grito de angustia, que sorprende por su humilde simplicidad. Escapa como involuntariamente del corazón, cargado bajo el peso de la penas y las miserias. Lo encontramos constantemente en las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Aparece también miles de veces en boca del pueblo fiel, en las procesiones y letanías.
Desde el siglo XI, se estableció que se repitiera nueves veces. Se indica así, de modo general, la fuerza de los sentimientos, la insistencia, la perseverancia, una especie de importunidad piadosa con la cual pedimos socorro y ayuda. Hay en eset número nueve –es decir, tres veces tres-, un sentido misterioso. Se dirige a las tres divinas Personas separadamente. Pero se repiten tres veces cada una, para recordar que al mismo tiempo son también invocadas las otras dos Personas.
El Kyrie es la única oración de la liturgia de la Misa que se ha conservado en lengua griega. La razón principal es, sin duda, que esta invocación popular pasó desde los comienzos de la Iglesia de Oriente a Occidente, donde su empleo frecuente la hizo ser conocida y amada por todos. Por eso no fue traducida al latín.
El Kyrie es como la proclamación de nuestra miseria: nunca se omite en la Misa. Su lugar está perfectamente escogido. Por una parte se vincula al introito; y por otra es una preparación para el Gloria in excelsis o para las oraciones. El introito expresa siempre, bien sentimientos de alegría, bien acentuando la plegaria y la humilde súplica, pensamientos que nos deben llenar en la celebración cotidiana de la Santa Misa; nos hace entrar por así decirlo, en la fiesta del día. Este pensamiento nos lleva enseguida al sentimiento de nuestra indignidad y el corazón se siente impulsado a gritar al cielo intentando tocar el mismo corazón de Dios: Kyrie eleison. Pues sólo la misericordia divina puede hacernos dignos de celebrar conveniente y adecuadamente los santos misterios.
La humildad, la confianza, el deseo: tales son las claves que abren los tesoros de la misericordia divina. Y en el Kyrie se encuentra igualmente la humilde confesión de nuestra indigencia, la firme confianza en la piedad de Dios sobre nosotros y el ardiente deseo de su ayuda. Además, el Kyrie eleison nos dispone a la recitación de las oraciones colectas, que parten de la convicción de nuestra miseria y se apoyan sobre la misericordia sin límites de Dios. Por eso dice San Buenaventura:
Al contemplar nuestra miseria, tenemos necesidad de orar; y considerando la misericordia de Dios, sentimos con qué ardientes deseos debemos dirigirnos a él. La miseria del hombre y la misericordia de Dios Redentor son las dos alas que elevan al cielo nuestra oración.
Recitemos pues el Kyrie con confianza y humildad. Durante todo el tiempo en que los hijos de Eva estén desterrados en este valle de lágrimas, no hay para ellos oración más necesaria y más natural que el Kyrie eleison, este grito del corazón, esta petición de perdón a Dios tres veces santo , paciente y lleno de ternura y misericordia. Por eso, para obtener la plenitud de la compasión divina, el Kyrie eleison debe surgir de un corazón vivamente convencido de su miseria.
(Cfr. N. Gihr: Le Saint Sacrifice de la Messe, vol. 2, p. 25 ss.)