4. El Confiteor

Es la parte principal de las oraciones al pie del altar. Está introducida por un versículo del Salmo 123 que dice: Adjutorium nostrum in nomine Domini- Qui fecit coelum et terram: [Nuestro auxilio es el nombre del Señor-Que hizo el cielo y la tierra].

Al decir estas palabras, el sacerdote se santigua. Este versículo puede verse como una transición entre lo que precede y lo que sigue. El sacerdote ha manifestado antes su ardiente deseo de acercarse al altar y su resolución de trabajar en el culto divino. Ahora reconoce que para la ejecución de su deseo, tiene que contar con la bondad y el poder infinito de Dios. Si sentimos profundamente nuestra miseria y nuestra nada, nuestra esperanza y nuestro deseo reposan únicamente sobre la omnipotencia y el amor de Dios que nos ha creado y sobre los méritos de Jesucristo, muerto por nosotros en la Cruz: por eso hacemos el signo de la cruz. Nuestra necesidad de ayuda es tan grande, que por nuestras propias fuerzas no podemos pensar en nuestra salvación y que sin la gracia del Espíritu Santo ni siquiera podemos pronunciar el nombre de Jesús (2 Cor. 3, 5). ¿Cuánto más tendremos necesidad de la ayuda de lo alto para cumplir dignamente y de una manera meritoria la obra más santa, la más sublime: el augusto sacrificio del altar?

Al pie del altar, el sacerdote se siente como presionado a hacer la confesión humilde y contrita de sus faltas y de pedir perdón con oraciones insistentes. Sólo aquel que tuviera manos inocentes y corazón puro podría subir al monte del Señor y al lugar santo. Para reemplazar dignamente a Jesucristo, Sumo Sacerdote, santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado hasta los cielos (Heb, 7, 26) el sacerdote debería estar ornado con la pureza y la más perfecta santidad. A pesar de una cuidadosa preparación, sabe el sacerdote cuán lejos y alejado está. La dignidad con la cual está revestido, la abundancia de gracias recibidas, agravan las faltas, las infidelidades -incluso las más leves-, cometidas en el servicio de Dios. Sus menores pecados, sus negligencias más pequeñas, le aparecen como un gran mal cuando las pesa en la balanza del Santuario. El sacerdote tiene pues serios motivos antes de comenzar la acción, para hacer una confesión pública y para no acercarse al altar más que con los sentimientos de la más profunda contricción.

Confiteor Deo omnipotenti… [Yo confieso ante Dios todopoderoso…]

El Confiteor es la expresión de la contrición interior, una oración de penitencia y de arrepentimiento; tiene también como fin purificar el alma de las faltas leves y curarla de sus inclinaciones viciosas. El golpe de pecho podría ser llamado un sacramental que produce la remisión de los pecados veniales en un sentido amplio, en cuanto que encierra los actos de humildad, de contrición y de amor a Dios. La recitación del Confiteor y el golpe de pecho que le acompaña, no pueden producir estos efectos más que si vienen de un corazón lleno de dolor y del amor a Dios.

El Confiteor se divide en dos partes distintas: ante todo, es la acusación de nuestras faltas, a la que sigue una oración dirigida a los santos y a los fieles solicitando su intercesión por nosotros ante Dios. La confesión se hace a Dios y en presencia de los santos y de los cristianos. Nos humillamos ante ellos, a fin de determinarles más eficazmente a sostenernos ante Dios para obtenernos un perdón más completo; y así, solicitamos su poder de intercesión en la segunda parte. Según la voluntad de Dios, los santos son nuestros protectores y los que nos sostienen. Esta humillación que hacemos con nosotros mismos al confesar nuestros pecados en presencia de los santos, es muy eficaz para conseguirnos su ayuda ante Dios.

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